lunes, 30 de julio de 2012

         Tenía ese habitual pensamiento de que allá afuera, bajo las largas lloviznas, siempre había alguien mirándome. No es que de repente me sintiera acosada. No, se trataba de otra cosa. Es como si alguna persona estuviera siempre cuidándome. Pendiente de que nada me pasara, de que nada perturbara mi aburrida vida. Pero cuando abría las cortinas para ver entre las gotas de lluvias y neblina de fuera, jamás vi nada, jamás vi a nadie. Solo me quedaba la sensación, que unos ojos se posaban sobre mí y trataban  de entrar en mi casa… en mi mente…



PRÓLOGO


           Correr...correr lejos...

            Era la única idea que tenía fija en su mente. Correr y sentir el aire fresco en la cara y la tierra en sus patas. Correr para dejar fluir esa energía que llevaba dentro y que le hacía sentir tan encendido, tan inspirado, tan bestia y tan... libre...  Que nada ni nadie podrán detenerlo  jamás..., Y vivo...Esa sensación que inundaba sus venas cada vez que salía a correr por el bosque, las montañas…, cuando la presión de su larga y triste vida ya no podía más con él. Corría…, sin detenerse a veces durante días.
            Sentía como su corazón latía tan fuerte que podía percibirlo en su hocico. La exquisita tierra húmeda se introducía en sus patas refrescándolo. Reparaba en su pelaje blanco moviéndose al  compás del viento y el movimiento. Aulló para liberar la tensión y el cansancio. Odiaba que sus crímenes le pesaran en la memoria. Elisa le había enseñado a esconder la culpa y los recuerdos en lo más profundo de su ser… arrastrándolo todo. Sus sentimientos y su amor…jamás pensó amar a alguien, a alguien normal…, alguien que sabía jamás podría aceptarlo tal y como era, no. Él no la arrastraría consigo y sus fechorías. Su vida no era para compartirla. Jamás podría darle alegrías, solo peligros y vergüenzas. Ella no merecía eso. Merecería una felicidad que jamás podría darle. Al menos, no él. Continuó su loca carrera saltando ramas y evadiendo arboles con tal agilidad que hasta él mismo había perdido la noción. Estaba perdido. Y se odiaba…, sus recuerdos borrados desde hace más de doscientos años. Una larga vida para arrepentirse de sus malas decisiones. Percibió la humedad y el sonido del agua rompiendo en un golpe descendente a lo lejos. Supo que se aproximaba una cascada. Amaba sentir las gotas de rocío que caía sobre su cabeza haciéndolo, por solo un segundo…olvidar. Corrió aún más potentemente y en el aire desplegó sus alas… sus grandes y suaves alas que separaban cada pluma para que el aire penetrara en ellas y lo hiciera planear. Se acercó tanto a la caída que por un momento deseó hundirse en aquella agua cristalina y dulce pero se detuvo antes de hacerlo  y planeó sobre ella, embriagándose de placer. Llegó hasta el final del río y se lanzó sobre la hierba a seguir corriendo. Esta vez cuidó de no enredar sus cornamentas en las ramas que se cruzaban mientras  se ahondaba aún más en el bosque. Ya no quería pensar nada. Ya no quería sentir. Pero era algo que no podría quitar jamás. El peso de su culpa. El anhelo de ser mejor. Si tan solo ella…
            Aminoró la velocidad al advertir la cercana presencia de Samuel. Él único amigo que había tenido en más de doscientos años. Él estaba junto a un roble con ropa limpia en las manos y una motocicleta esperando para transportarlos.
            Se transformó en el hombre que era, dejando en evidencia su desnudez.
             –Ey Josh. Sabía que estarías corriendo otra vez. –le dijo Samuel extendiendo la ropa en sus brazos. Él sabía bien que acostumbraba liberarse en aquel bosque lejano y espeso, donde ningún cazador fuera por él pareciéndole cualquier animal salvaje.
            Joshua no respondió. Odiaba volver a la realidad.
             –Sé que no te gusta socializar mucho. –Retomó Samuel. –pero sabes que la reunión de cada década en Valdivia nos aguarda. Tienes que sumar puntos.
             –Ya  lo sé. –Le dijo hosco. –Odio recordarlo.
            Pero nadie sabía lo mucho que frecuentaba Valdivia desde hace varios años. Solo tenía que dar la cara ante la gente que lo rechazaba una vez más y luego podría continuar con su solitaria y patética vida. Se vistió rápidamente y montó la motocicleta invitando a Samuel.
            -Vamos Samuel. Hay un anerim que buscar.

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