PRÓLOGO
Era la única idea que tenía fija en su mente. Correr y sentir el aire
fresco en la cara y la tierra en sus patas. Correr para dejar fluir esa
energía que llevaba dentro y que le hacía sentir tan encendido, tan
inspirado, tan bestia y tan... libre... Que nada ni nadie podrán
detenerlo jamás..., Y vivo...Esa sensación que inundaba sus venas cada
vez que salía a correr por el bosque, las montañas…, cuando la presión
de su larga y triste vida ya no podía más con él. Corría…, sin detenerse
a veces durante días.
Sentía como su corazón latía
tan fuerte que podía percibirlo en su hocico. La exquisita tierra húmeda
se introducía en sus patas refrescándolo. Reparaba en su pelaje blanco
moviéndose al compás del viento y el movimiento. Aulló para liberar la
tensión y el cansancio. Odiaba que sus crímenes le pesaran en la
memoria. Elisa le había enseñado a esconder la culpa y los recuerdos en
lo más profundo de su ser… arrastrándolo todo. Sus sentimientos y su
amor…jamás pensó amar a alguien, a alguien normal…, alguien que sabía
jamás podría aceptarlo tal y como era, no. Él no la arrastraría consigo y
sus fechorías. Su vida no era para compartirla. Jamás podría darle
alegrías, solo peligros y vergüenzas. Ella no merecía eso. Merecería una
felicidad que jamás podría darle. Al menos, no él. Continuó su loca
carrera saltando ramas y evadiendo arboles con tal agilidad que hasta él
mismo había perdido la noción. Estaba perdido. Y se odiaba…, sus
recuerdos borrados desde hace más de doscientos años. Una larga vida
para arrepentirse de sus malas decisiones. Percibió la humedad y el
sonido del agua rompiendo en un golpe descendente a lo lejos. Supo que
se aproximaba una cascada. Amaba sentir las gotas de rocío que caía
sobre su cabeza haciéndolo, por solo un segundo…olvidar. Corrió aún más
potentemente y en el aire desplegó sus alas… sus grandes y suaves alas
que separaban cada pluma para que el aire penetrara en ellas y lo
hiciera planear. Se acercó tanto a la caída que por un momento deseó
hundirse en aquella agua cristalina y dulce pero se detuvo antes de
hacerlo y planeó sobre ella, embriagándose de placer. Llegó hasta el
final del río y se lanzó sobre la hierba a seguir corriendo. Esta vez
cuidó de no enredar sus cornamentas en las ramas que se cruzaban
mientras se ahondaba aún más en el bosque. Ya no quería pensar nada. Ya
no quería sentir. Pero era algo que no podría quitar jamás. El peso de
su culpa. El anhelo de ser mejor. Si tan solo ella…
Aminoró la velocidad al advertir la cercana presencia de Samuel. Él
único amigo que había tenido en más de doscientos años. Él estaba junto a
un roble con ropa limpia en las manos y una motocicleta esperando para
transportarlos.
Se transformó en el hombre que era, dejando en evidencia su desnudez.
–Ey Josh. Sabía que estarías corriendo otra vez. –le dijo Samuel
extendiendo la ropa en sus brazos. Él sabía bien que acostumbraba
liberarse en aquel bosque lejano y espeso, donde ningún cazador fuera
por él pareciéndole cualquier animal salvaje.
Joshua no respondió. Odiaba volver a la realidad.
–Sé que no te gusta socializar mucho. –Retomó Samuel. –pero sabes que
la reunión de cada década en Valdivia nos aguarda. Tienes que sumar
puntos.
–Ya lo sé. –Le dijo hosco. –Odio recordarlo.
Pero nadie sabía lo mucho que frecuentaba Valdivia desde hace varios
años. Solo tenía que dar la cara ante la gente que lo rechazaba una vez
más y luego podría continuar con su solitaria y patética vida. Se vistió
rápidamente y montó la motocicleta invitando a Samuel.
-Vamos Samuel. Hay un anerim que buscar.
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