domingo, 10 de junio de 2012

Fiera del desierto


        El sonido estrepitante y magnifico de los “Rolling Stone” sonaba complaciente por los altoparlantes del Chevrolet spark gris plateado de Serena. Iba rumbo a la ciudad de california, específicamente, a Hollywood. Tenía toda la fe y la esperanza puesta en una cita con una firma importante de modelos establecida allá y como culmine de su sueño realizado, no dejaría que se le escapara de las manos en absoluto.
            El viento entraba por la ventanilla del vehículo y  Serena estaba fascinada con la música y la tremenda emoción que la embargaba.
             –Nada puede salir mal. –Se dijo. –Es sólo cosa de llegar entera y reluciente.
            Su cabello castaño rojizo ondeaba al viento  y sus grandes ojos azules reflejaban las múltiples luces del atardecer.
            Antes de que se pudiese dar cuenta, y tan sumida en sus propios pensamientos mientras cantaba la canción  a  todo pulmón, un auto, pasó de ella fuertemente, dejando una ola de polvo suspendido en el aire y metiéndose por su nariz con violencia. Serena miró de frente tratando de ver con claridad, pero sólo logró ver un Mercedes descapotable,  negro metalizado que pasaba con total frenesí delante de sus ojos.
             –¿Pero qué rayos…?
            Frunció el ceño y comenzó a toser violentamente ante el polvo inhalado directo a sus pulmones. Detuvo el vehículo  y estacionó junto a la carretera. Estaban en medio del desierto y el polvo y la arena abundaban por doquier ¿Quién rayos llevaría tanta prisa como para pasar así y levantar esa nube? Molesta hasta el tuétano, emprendió nuevamente la marcha y siguió su rumbo. Más adelante y poseída por un hambre atroz, se detuvo frente a una cafetería que estaba junto al camino. Ya acaecía la tarde y las luces de destellos anaranjados estaban en la culmine para dar el paso al anochecer impetuoso del desierto.
            El letrero del local decía en letras grandes y rojas “El paso”.  Miró el estacionamiento plagado de vehículos y entonces se dio cuenta del Mercedes descapotable que estaba estacionado ahí. ¿Sería el mismo que le llenó de arena y polvo las entrañas hace poco menos de media hora? Volvió a mirar el letrero y a Serena le sonó a un local de comida mexicana, pero al entrar notó el olor a hamburguesas y café y el orden ambiental, daban el aspecto de la típica cafetería americana. Le sentó como anillo al dedo.
            Tomó asiento en la barra, una mujer regordeta y de tez clara acudió de inmediato a tomar su pedido. Habían pocos asientos desocupados y solo había espacio en aquella barra junto a un hombre alto que tomaba una taza de café a su lado. No reparó en absoluto a mirarlo, las tripas gruñían y parecían tener la intención de devorarse las unas a las otras si no les daba algo con que entretenerse rápido. Checó su cambio, no tenía mucho dinero, en su vida normal, ella no era una persona de una economía estable, al contrario, había pasado la mayor parte de su tiempo sobreviviendo con lo que ganaba en una pequeña librería donde ella hacía de vendedora a tiempo completo. La vida no le había sonreído en nada. Durante años había aprendido a subsistir con muy poco dinero, pocas pertenencias y una vida solitaria y amarga.
            El golpe de suerte vino después, cuando en una reunión de organismos particulares, su amiga le había solicitado reemplazar a una modelo que no había llegado al evento. El ultraje de modas, era un acontecimiento que Serena se daba el lujo de disfrutar una vez  al año junto a su amiga, quien trabajaba como manejadora de esa agencia. Daba el caso que la modelo faltante era de la misma estatura y talla de Serena y luego de improvisar en la pasarela, supo que eso quería hacer para siempre. Las felicitaciones fueron rejuvenecedoras, el dinero que ganó esa noche le dio para vivir el mes completo sin preocupaciones y las fotos le dieron el paso para preparar su folio y ofrecerlo a aquella a la que iba encaminada esa noche.
            No se lo perdería por nada.
            Se lo cuestionó, es cierto, a sus veintidós  años, era difícil que lograra que la contrataran, pero debido al éxito de aquella noche y los contactos hechos, tenía cartas para jugar.
            Y jugaba a ganador.
             –¿Café?  –preguntó la camarera.
             –Negro, por favor.
            La mujer se dio media vuelta para tomar la cafetera y llenar una taza grande delante de ella. Serena se prendó al instante de un muffins de chip de chocolate que estaba sobre la encimera, su boca se hizo agua con dolor. Tenía tanta hambre y solo tenía unos pocos dólares que gastar. Si lo gastaba todo, no tendría ni para una llamada local a su amiga en la ciudad.
             –¿Le doy el panecillo?  –preguntó la camarera.
            Serena medito y luego asintió con la cabeza tristemente. Lo haría, su gula se lo pedía y ella obedecería sin chistar. Tomó el panecillo y lo partió en trozos pequeños, se llevó uno a la boca y lo tragó con un sorbo de café.
             –Ese era el último, y lo quería para mí.
            Serena salió de su ensoñación y observó al hombre junto a ella en la barra, tragó en seco ante la imagen que le penetró como fuego.
            El tipo era increíblemente alto, se le notaba incluso al estar sentado junto a ella. Bordeaba los treinta y sus ojos eran de un color inexistente, mezcla de verde y gris, reflejaban una luz que ahí no había y era difícil desprenderse de ellos.
             –¿Perdón?
            El tipo se pasó una mano por el cabello rubio oscuro y largo hasta los hombros, acto, que derribó todas las barreras que Serena había levantado contra los hombres que conocía. Él sonrió y su cara se plagó de hoyuelos inmaculados que lanzaban por tierra cualquier sospecha en contra suya.
            Era un maldito dios.
             –Dije, que ese panecillo lo quería para mí…  –sonrió coqueto antes de continuar. –pero viendo como lo saboreas, te perdonaré la vida.
            Su autocomplacencia llenó de ira a Serena, quien no entendió cuál era la finalidad de aquel hombre arrogante ante ella. Se preparó para gritarle con toda su altivez femenina.

            George no estaba prestando atención alguna a nadie en aquel lugar. Si había algo que odiara profundamente en la vida, era la gente. Una ironía debido a su trabajo. Relacionador púbico. Echó el ojo a aquel muffins que estaba detrás de la barra y sus ojos se prendaron de él de inmediato. Era un loco por los dulces y pasteles, empedernido repostero frustrado y amante de la comida cacera. Se disponía a pedirlo, cuando vio que la camarera lo tomaba  y se lo daba a la chica que estaba a su lado. Iba a reprenderla, porque ese panecillo, debía ser de él.  Posesivo por naturaleza, George estaba acostumbrado a tener lo que quería… siempre y sin excepciones.
            Miro el panecillo pasando de la chica, le exigió sin siquiera mirarla, pero cuando ella le puso los ojos encima, notó lo bella que era. Su cabello castaño estaba tan lustroso que podría haberse reflejado en él y sus ojos, azul profundo parecían invitarle a nadar en sus aguas. Bajó su mirada a aquella boca rosada y palpitante que le pedían a gritos ser besados con ardor. Su piel blanquecina y de porcelana se veía tan suave que tuvo que reprimir un insidioso impulso por tocarle…. Oh sí, tocarle.
            Le cedió el panecillo en una coquetería que derretiría a cualquier mujer, como solía hacerlo cada vez que usaba su virilidad y su sarcasmo educado. Pero la respuesta de ella lo dejó estupefacto en cuanto vio sus manos enroscadas en su cintura y con los ojos ardiendo de furia… furia hacia él.
             –¿Tu…. Me perdonas la vida a mí?  Maldito arrogante, te lo regalo, anda, debes tener hambre.
            Serena corrió el plato y lo dejó enfrente de sus narices, retándolo a comerlo.
             –No sé por qué te molesta tanto. –dijo George frunciendo el ceño divertido. –Dije que te lo quedaras, ¿no?
             –¿No lo quieres? Pues mejor para mí. Cerdo.
            Corrió el plato nuevamente y lo dispuso frente a ella. Comenzó a comerlo con el gesto más enfadado que había visto jamás. Era una verdadera pantera. Eso, a George, le pareció encantador.
             Había tenido un día horrible, su Mercedes había pinchado hacía media hora en la carretera y tuvo que salir pitando antes de que perdiera todo el aire hasta el taller mecánico que estaba junto a la cafetería en la que se encontraba. El mecánico le había dicho que lo llevara en un rato, ya que estaba a punto de sacar otro que debía reparar. Así que tranquilamente había pasado por un café para hacer la hora.
            ¿Qué diablos le ocurría a esa mujer? Fuera lo que fuese, le parecía encantador.
            Ella era una tentación.
            George vio como la mujer se ponía de pie y preguntaba por el baño. La camarera se lo indicó y en cuanto desapreció de su vista, George le dio dinero a la camarera por su comida y le dio un poco más, la camarera lo miró extrañada.
             –Pagaré lo que ella comió.
            La mujer recibió el dinero y George se levantó arrastrando su largo abrigo negro junto a él. Las noches en el desierto eran aterradoramente frías y aun le quedaba un rato en el mecánico por esa llanta reventada. Salió sin mirar atrás en ningún momento, dejando atrás a la chica enfurruñada.
            Serena salió del baño, sintiéndose aun molesta, pero algo avergonzada. Había tomado por costumbre responder ante hombres magníficos de esa forma, era una capa que se había formado para no estar expuesta.
            No otra vez.
            Terminó su café de un sorbo y notó que el tipo ya se había marchado. Mejor, no quería mirarlo a la cara una vez más y evitar golpearlo. Estiró la mano para, temblorosamente, pagar por lo consumido, pero ante esto, la camarera negó con la cabeza.
             –Está pagado.
            Serena frunció el ceño.
             –No eh pagado aún, por favor, tome el dinero.
            La camarera negó otra vez.
             –El tipo a su lado, dejó pagado lo que usted comió.
            ¡Oh por todos los cielos! El muy bastardo quería humillarla de la forma en que más le dolía. Pero pese a su inminente rabia, se contuvo, al fin y al cabo, ya no le vería ese rostro de rasgos afilados y perfectos. No lo vería más.
            Salió del café y caminó hasta su Chevrolet. Se subió y metió la llave para darle partida. Pero el vehículo chisporroteó fuertemente y luego sólo hizo caso omiso a la orden de partir. Serena golpeó el volante con ambas manos por la impotencia de que ahora, en ese preciso momento, el auto le fuera un insulto.
             –¡Maldición!
            Fue dentro una vez más y consultó por un taller mecánico, le indicaron que junto al café había uno pequeño y no muy caro, más allá había un motel donde podría pasar la noche.
            El viento comenzó a azotar y la camarera le advirtió de una tormenta que probablemente caería debido a la fecha. Las lluvias en el desierto eran tan poco probables, como sorpresivas. Todo sea menos un tornado. –se dijo.  Para colmo, tendría que gastar el único dinero que poseía en el auto y la habitación.
             –Dese prisa, señorita, el motel se llenará a estas horas y no tendrá donde quedarse.
            La pena mezclada con la ira se apoderó de Serena. Corrió hasta el taller mecánico y para su horrenda sorpresa, aquel exuberante macho estaba de pié junto al mercedes, que supo de inmediato, era el mismo que la hizo tragar polvo hacia unas horas.
            ¿Era alguna especie de karma? ¿un castigo de los dioses? Se frotó las cienes y entró como la dama que era. Mirando en alto y poniendo en evidencia un orgullo que no poseía.
            Saludó al hombre manchado de grasa y envuelto en un mono y le consultó.
             –Lo lamento mucho, señorita, no puedo tomar ningún vehículo hasta terminar con el Fiat que tengo tumbado. – ambos miraron hacia el único vehículo que llenaba el pequeño taller. –mientras no termine este, no puedo hacer nada, pero con gusto lo terminaré después.
            George miró con sorpresiva diversión el caminar pululante y sutil de la mujer que estaba en el café. No imaginó verla de nuevo y menos buscando lo mismo que él; reparar su auto. Ella caminó elegante ante el hombre dueño del taller y exigió que la atendieran primero. Se veía molesta y a punto de romper en las lágrimas. Bueno, no era su costumbre ser un déspota implacable, pero también tenía ganas de ver hasta donde llegaba su dominante presencia ahí junto a él.
             –Usted no entiende ¡necesito mi auto y lo necesito ahora!
            El hombre sacudió la cabeza y miró a George.
             –Lo lamento, él señor está primero y no puedo pasarlo por en sima solo porque usted está histérica.
             -¡¿HISTERICA YO?!
            George miró al mecánico con una sonrisa divertida.
             –Lo sé,  –dijo George. –es una pequeña fiera, ya me tocó mi porción hace un rato. –rió.
            Serena se sintió presa de su burla y como si la hubieran azotado con látigo en mano, se volvió a George y lo fulminó con la mirada antes de gritarle a todo pulmón:
             -¡TÚ! ¡MALDITO CERDO BURLESCO! ¿A quién le llamas fiera? ¿Eh? ¿Quién te crees que eres?
            Como llevado por un impulso sobre humano, George se adelantó evadiendo el escándalo de la mujer y le habló al mecánico en el oído.
             –Ey, creo que puedo esperar más tiempo, repara el suyo antes que el mío antes de que nos coma vivo, ¿ok?
            El mecánico miro a Serena y le dijo:
             –Señorita, prometo tener su auto al amanecer, ¿está bien?
            Serena se calmó un poco y asintió con la cabeza, se dio media vuelta ignorando al tipo arrogante que tenía un toque especial y mágico para sacarla de sus casillas. Salió del taller y emprendió camino al motel que estaba metros más allá. El viento gélido se le caló en los huesos y tubo unas ganas tremendamente incontenibles de haberse quedado en casa. La entrevista era al medio día del día siguiente y tendría que salir al alba si quería llegar a tiempo. Recorrió el pórtico de la entrada y al llegar, tocó la campanilla de la administración. Un joven salió desde adentro, llevaba un mondadientes en la boca y las uñas sucias.
             –No hay habitaciones. –Dijo secamente importándole una mierda que afuera estuviera corriendo viento y comenzaran a caer pequeñas gotas de la lluvia que amenazaba volverse contra ella con toda su ímpetu.
            –Debe estar bromeando, sólo quiero una pequeña, nada complicado, es sólo por esta…
             –No hay. –interrumpió el joven. –Solo había una y se reservó hace más de una hora atrás.
            ¡No podía ser! ¡Continuaría la venganza del universo contra ella! Golpeó el piso con los tacones fuertemente, enviando un entumecimiento por la pierna que se intensificó en dolor al echar a caminar fuera del motel. Estaba frustrada, molesta y terriblemente cansada. Se sentó, abrazándose a sí misma, en la orilla de la entrada y ahí, en esa posición, comenzó a llorar.
            Estaba tan helado y las gotas ahora eran más constantes, no la mojaban, pero apoyaban la fuerza superior que la hacía llorar.
            Lloró y se acongojó con la rabia por dentro, el dolor de la pierna se acrecentó y el frío le adormeció las manos y las piernas desnudas. Era un mal día para haber elegido un vestido de algodón. Era un mal día para todo.

            George caminó hacia el motel donde pasaría su noche en el desierto. Tenía que estar temprano en la oficina al día siguiente y con la espera, inesperada, extra que tendría su jodida llanta, era mejor armarse de paciencia. La tormenta de la que todos hablaban estaba  dando ya sus primeros indicios y él no quería estar  afuera para vivirla en carne propia. Caminó  hasta la entrada y al cruzar la puerta, volteó la cabeza y vio una figura pequeña encogida en el piso de la entrada detrás de él. Estaba llorando y George supo que era la pequeña fiera que estaba empeñada en reñir con él.
            Le pareció entender de qué se trataba, quizás había ido en busca de una habitación y cuando el reservó la suya, le informaron que era la última disponible.
            Que mala suerte.
            La hermosa mujer estaba envuelta en un delgado vestido azul de algodón corto. Y dejaba sus hombros y piernas esbeltas al descubierto. El frio que hacía mataría hasta al más fuerte de los hombres y George se sintió culpable de su mala suerte. Caminó hasta ella haciendo el menor de los ruidos y se quitó el abrigo para ponerlo sobre sus hombros. La vio temblorosa y se acariciaba una pierna fuertemente. Cuando la cubrió, ella se volvió mirando hacia arriba y esos ojos tan azules, estaba enrojecidos y plagados de lágrimas.
             –¿Qué pudo haber derrotado a tan fuerte mujer? Mataré a quién sea…  –bromeó.
            Serena no sonrió. Se pasó las muñecas por las mejillas, quitando el rastro de lágrimas, pero pronto éstas volvían a abrirse paso, empapándola de nuevo. Sintió con sorpresa lo agradable del calor manando del abrigo. Estaba  impregnado de un olor masculino exquisito y por un momento, sintió las ganas más extremas de quedarse envuelta en él para siempre. Miró a esos ojos verdes, que ya no le parecían tan malditamente capullos y observó los hoyuelos de aquel hombre con tibieza. Si tan solo fueran otras las circunstancias, ella querría hincar el diente ante aquel filete de primera.
             –Nada que te importe. –dijo  la defensiva.
             –Ok entiendo que me has declarado la guerra, pero al menos debes saber el nombre de tu antagonista. –estiró una mano, enorme y fibrosa, ante ella invitando a estrecharla en saludo. –George Myles.
             Serena miró la mano y se negó a estrecharla. Había demasiado que gritarle a la cara como para hacerlo. Pero aun así se presentó, mirándolo a los ojos.
             –Serena Richmond.
            George bajó la mirada y sonrió de lado, gesto que provocó en Serena un millón de escalofríos recorriéndola. 
             –Déjame adivinar… ¿No has podido coger habitación, no es verdad?
            Serena enmudeció, pero levantando el mentón con orgullo respondió:
             –No todos tenemos tanta suerte, ¿no? Dormir afuera no me hará menos mujer.
             –Pues no, te hará una paleta helada y considerando que comenzó a llover…
            Serena puso los ojos en blanco y se levantó de golpe, sacándose el abrigo de los hombros y devolviéndoselo a George con violencia. Se lo estampó en el pecho y enseguida se dio cuenta de lo duro que tenía los músculos de su torso…
            Maldita sea…
             –Ok, serena, a pesar de que me odias a muerte,  –dijo George con una voz profunda y ronca cargada de paciencia y sensualidad. –resulta, que tengo una habitación caliente ahí dentro y no me molestaría compartirla contigo, si prometes no morderme.
            Serena se enfurruñó y se preparaba para gritarle, cuando sintió, una vez más la tibieza del abrigo cubriéndole los hombros. George, con una paciencia de la cual jamás había sido testigo, la cubrió una vez más para protegerla del frío. Iba a responderle, cuando el agua comenzó a caer del cielo sin compasión. Se miraron fijamente y Georg sonrió de forma devastadora.
             –Ya no tienes escapatoria.
            La tomó de la mano y la obligó a correr por el angosto pacillo y llegar hasta su habitación reservada.
            George estaba encantado con la fuerza e ímpetu de Serena y se sintió alagado de tener una belleza así en su cama… bueno… prácticamente.
            Sacó la llave de su gabardina y la metió en el cerrojo para abrirla. Entró y detrás serena, quien se quedó de pié junto a la única cama de dos cuerpos en medio del espacio.
            George la miró de pies a cabeza. Era una mujer terriblemente sensual, y ella estaba consciente de ello. Su piel estaba pálida y cojeaba débilmente de su pierna derecha. Estaba mojada, no sabía cuánto rato había estado sentada ahí llorando y las gotas que iniciaron la lluvia se ensañaron con la pequeña mujer. Dejó sus pertenecías en la mesita de nohe y se paró frente a serena, a quien tuvo que mirar dos cabezas hacia abajo para poder enfrentarla.
             –Escucha, si no te cambias esa ropa, te dará algo o peor, te pondrás de más mal humor y la tomarás conmigo, así que creo que debes darte una ducha tibia y vestirte del albornoz del baño, mientras tu ropa se seca ¿bien?
            Serena lo miro a los ojos sin expresión alguna.
             –¿Por qué eres tan amable conmigo sin conocerme?
            George sonrió. De una forma tan encantadora y devastadora que serena juró darle todo lo que quería porque la abrazara durante la noche. Pero se sacudió la cabeza rápidamente ante ese ridículo pensamiento.
             –La gente siempre muestra su mejor cara ante los extraños, te dicen lo que quieres oír, son amables, educados y siempre encantadores eso es basura, con sólo un rato de entablar conversación te das cuenta de que jamás son así, tu, por alguna razón que aun no comprendo, te mostraste tal cual eres delante de mí sin conocerme de nada. Si esa es tu forma de ser… lo que viene ahora, será miel seguramente.
            Serena sonrió inconscientemente y se dio cuenta de ello, pero no lo ocultó.
             –Está bien. –Dijo serena calmada. –Es tiempo de una tregua.
             –Eso funciona para mí. –Dijo George sonriendo con calidez. –Ahora, ve a darte una ducha tibia.
            Serena entro al baño y se quitó el vestido para dejarlo colgado de un perchero detrás de la puerta. Se metió a la ducha y largó el agua, dejando que se entibiara sobre su piel. Era inmensamente agradable y muy pronto sintió que la temperatura normal que correspondía volvía a recorrerla. Salió y se secó, envolviéndose en el albornoz que había colgado.
             –Joder…
            Era increíblemente pequeño, apenas le cubría el pecho y las piernas, pero estaba seco y tapaba lo necesario. ¿Cómo diablos iba a dormir en la misma cama con un hombre completamente extraño? ¿Acaso tenía elección alguna?
            George se quitó la corbata y la camisa, dejándola en un perchero detrás de la puerta de entrada. Se desabotonó el pantalón y se recostó sobre la colcha de la gran cama.
            Oh sí, el debería dormir en el piso y estaba asimilándolo como un hombre.
            Pero que ganas de ponerle las manos encima a esa piel de porcelana. Si se concentraba un poco, podía sentir su calor cerca. Sus manos recorriendo esas increíbles curvas y su boca tomando uno de sus senos en la boca. Era como estar frente a un pastel de chocolate y saber que no debes comerlo. Eso lo hace aún más deseable. Serena era completamente deseable.
            Escuchó la ducha detenerse y luego de unos segundos, la puerta del cuarto de baño se abrió, para dejar salir a una reluciente muñeca con el cabello mojado y oscurecido. Llevaba el albornoz tan ceñido que sus pechos se traslucían y sus piernas quedaban al descubierto en totalidad, dejando el límite de su intimidad con poco para la imaginación…
            Deliciosa….
            Serena se exaltó por el asalto de esa mirada ardiente.
             –No me mires de esa forma. –Dijo seria.
             –Lo siento, no es común tener a una mujer tan hermosa delante de los ojos y no poder tocarla.
            ¿Quién dice que no? Pensó Serena.
             –Ya, eso dices tú.
             –Eso debe pensar el resto del mundo si te ha visto alguna vez, Serena, eres hermosa.
            Serena puso los ojos en blanco y caminó hacia el borde de la cama. Si seguía mirando ese torso desnudo, la dejaría sin aliento, y es que al percatar esa musculatura… dioses, debería ser ilegal ser tan malditamente sensual y varonil.
            George notó el cojeo de Serena y en cuanto ella se sentó en la cama tímidamente, le tomó la pierna por el tobillo, asiéndola sobre su regazo y dejando a Serena con una mueca de espanto digna de una película de terror.
             –¿Pero qué diablos…?
             –Mmm… como temí. Tienes un esguince en el tobillo, debiste dar un mal paso… -miro a Serena a los ojos y notó la expresión irónica en él, era cierto, había dado sólo malos pasos aquel día. –Ok, que sea “otro” mal paso. Ven, te haré un masaje.
             –¡Ey! No vas a tocarme…
            George sonrió divertido, abrió el cajoncillo de la mesa de noche y sacó una crema, típica en los moteles de paso. Sacó la tapa y arrastró un poco de la crema, untándola en sus manos, para luego frotar una con otra y comenzar con la indebida exploración.
            Serena estaba a punto de espetar, pero cuando esas manos calidad le tocaron la piel, toda cordura la abandonó al instante.
            Esas manos…. Madre del amor hermoso, que hombre tan talentoso. Cerró los ojos y se recostó hacia atrás, relajándose al máximo mientras George masajeaba la planta de sus pies, subía y bajaba hasta su rodilla y viceversa, rosando apenas su muslo…
            George estaba fascinado por la cercanía que estaba provocando, su piel era increíblemente suave y el aroma que exudaba, femenino y acogedor, le hizo la boca agua. Suavemente masajeó el pie, luego el tobillo y luego comenzó  a hacer movimientos ascendentes hasta rosar por completo sus muslos, de adentro, hacia afuera.
            Estaba completamente excitado, su erección gritaba por ser liberada de dentro de sus pantalones, formaba un bulto que le resultaba rasante al dolor. Era cierto, al mirar esas caderas rebosantes de femineidad, sus deseos más ocultos despertaban.
            Quería hacerla suya, complacerla y tomarla, saborearla, lamerla hasta que rogara piedad.
            Serena estaba extasiada, sentía sus manos en todo su cuerpo, habían subido hasta sus caderas y cuando los brazos rodearon su cintura, apretó la boca y se mordió el labio inferior, soltando un jadeo involuntario. Sintió su boca, besándole el ombligo y entonces recordó que solo llevaba las bragas de encaje azul cielo debajo del albornoz. Abrió los ojos rápidamente y levantó la cabeza para buscar su mirada, pero al hacerlo, un par de ojos verdes la prendieron, George abrió la boca y atrapó sus labios entre los de él, arrastrándola en un rio de deseo arrebatador., su lengua era una experimentada odisea y la exploró rincón a rincón, violándola en cada espacio.
            Serena estaba mojada de sentir sus labios sobre los de ella y esas grandes manos sobre su cuerpo semi desnudo.
            Abrió los ojos y George se separó de ella para observarla y analizar la reacción del arrebato que acababa de tener con ella.
             –No debes hacer nada que no quieras, Serena. Dime ahora si debo detenerme.
            Serena tenía una mirada oscurecida y la voz ronca y profunda, susurrándole sensualmente pegado a sus labios, no permitían que ella respondiera con cordura.
             –Quiero que me toques, George…
            George estaba enloquecido, despacio, abrió el albornoz de Serena y su cuerpo esbelto y delicado quedó ante sus ojos, tenía el estómago plano y sus pechos voluptuosos irguieron rebotantes antes sus ojos. los pezones se endurecieron y rugaron al instante. Observó de arriba abajo y se detuvo en esas bragas azul cielo de encaje que le gritaron ser arrancados con los dientes.
             –Eres tan hermosa…
            Serena rió divertida, George ya no veía esa fiera atacándolo en la calle, veía una mujer cálida y exquisita que ansiaba devorar centímetro a centímetro.
            Se agachó y besó su torso, mandando descargas eléctricas por su columna. Serena se desprendió de su albornoz y quedó casi desnuda ante esos ojos avellana que la acosaban. La tomó por las caderas y levantó su cola para quitarle las bragas, que al tomarla percató de cuan mojada estaba por él. Serena abrió las piernas descaradamente y dejó su sexo abierto ante él. Hambriento, se inclinó y rodeó sus caderas con los brazos, asaltando su sexo con la boca como un lobo feroz ante una carnada deliciosa y expectante. Su sexo estaba tan delicioso que en sus labios podía saborearlo por completo.
             –Eres deliciosa, serena.
            Serena jadeó ante el asalto de sus labio, mordisqueaba sus labios con ternura y cada lametón dejaba un rastro de temblores a su paso.
             –Dioses, George…
            George continuó su paseo de lengua viva y levantó una mano para  introducir dos dedos dentro de su hendidura, ella jadeó y eso le excitó aún más, abrió los pliegues y metió su lengua tan profunda como pudo, bebiendo de sus jugos con asombroso apetito. Ella sabía a gloria y no deseaba salir de ahí jamás, podía lamérselo toda la noche y sentir como se corría en su boca una y otra vez…
            Buscó su clítoris y lo estimuló mordisqueándolo ligeramente con los dientes, ella gritaba y arqueaba su espalda, tomándolo del cabello suavemente y haciendo que se hundiera más profundo dentro de su sexo.
            Oh sí, lo estaba disfrutando enormemente.
            Serena sintió como una ola de energía se avecinaba y lo que eso conllevaba la sacaba de control, sintió como George se separó un poco de su sexo y la miró con los ojos oscuros de pasión.
             –Ábrete para mí, serena, anda…
            Serena no sabía que ente la llevaba poseída, pero ante su asombro. Hizo caso. Con ambas manos, separó los pliegues para dejar al descubierto su sexo, extremadamente humedecido y  caliente, anhelando ser nuevamente lamido y penetrado por George.
            Él vio cómo se ofrecía y enterró otra vez la boca ahí, dentro de ella, estaba más mojada que antes y bebió de su néctar más que agradecido, sintió como su clítoris se erectaba y se ponía más caliente, cuando supo que ella se correría, la incitó, lamiendo más rápido y más fuerte y penetrándola con tres dedos profundamente.
             –Córrete, serena, córrete en mi boca, quiero beber  de tu esencia.
            Serena perdió los estribos, una ola de placer inimaginable la recorrió de forma abrupta, arqueó la espalda y lanzó la cabeza hacia atrás gritando desde el fondo de su garganta, no le importó que los demás escucharan, solo se concentró en el placer que George le estaba dando y en ese instante, supo que él podría hacer lo que le placiera con ella y no chistaría si quiera.
            George saboreó hasta el último espasmo de serena, dejando que se consumiera por su lengua de fuego, siguió ahí, lamiendo y succionando aunque ella le rogara que se detuviera, no lo hizo. Se separó solo cuando ella lo llamó a tomarla de otra forma. Entonces se irguió y la besó en los labios.
            Serena se saboreó a ella misma en los labios de George, era increíble cuanto placer le había hecho sentir y está dispuesta  darle una porción de su propia cosecha. Se dio rápidamente la vuelta y fue George quien quedó recostado de espaldas. Serena se acomodó entre sus piernas y con cuidado, desabotonó los pantalones de él, quitándoselos y lanzándolos al piso. El miembro de George salió disparado y latente ante sus ojos. Ella lo tomó con ambas manos  y comenzó a frotarlos de arriba abajo. Era increíblemente grande y estaba asombrosamente duro y caliente, parecía gritarle que se lo llevara dentro apresuradamente, pero ella quería tomarse su tiempo debido. Teniendo su saco en una mano y el largo miembro en la otra, se agachó para llevárselo a la boca.
            George soltó un jadeo.
            Serena chupó su punta, lamiendo como una diosa experimentada. Frotaba con su mano y succionaba la punta, bebiendo del líquido que soltaba y que para ella era el éxtasis puro con nombre y apellido. No pudo evitar mirarlo a los ojos mientras lo hacía, el estaba atento a todos sus movimientos, hundiendo los dedos en su cabello y llevando un ritmo o ligero que no atentaba contra su propia voluntad.
            Estaba tan delicioso…
            George se sentía en el cielo. Las manos de serena y su lengua… dioses… esa lengua, se reclinaba a mirarla y su cabello bañaba sus caderas haciéndola ver como una ninfa. Sus pechos rebotaban y sus pezones rozaban sus piernas, jadeante, se sentó en la cama y serena lo miro con el ceño fruncido, George tomó sus pechos en ambas manos y la obligó a recostarse sobre él, haciendo que sus pechos encerraran su pene para frotarlos de arriba a abajo, serena sonrió y George cerró los ojos complacido con la calidez y la suavidad de esos pechos sobre su miembro palpitante. Sentía su propio clímax tan latente que necesitó de toda su fuerza para no acabar así con ella. Serena sonreía coquetamente cuando se soltó de aquella maniobra y obligó a George a recostarse por completo. Ella se sentó a ahorcajadas sobre sus caderas y se inclinó a besarlo en los labios. Era tan bella y estaba completamente hecha para él. Era una fiera y anhelaba tenerla sobre él, rodeándolo por completo.
             –Te quiero dentro de mí, George, quiero que me llenes de ti.
            George jadeó al sentir a serena subiendo por su torso y colocando su miembro en la entrada de su sexo, rebosante y magníficamente mojado. Se sentó sobre él y se lo llevó hasta el fondo de su ser, lo rodeó y aprisionó como un puño apretado exuberante y caliente.
            Se sintió en la gloria.
            Serena lo montó con desenfreno, estaba totalmente desinhibida y su cuerpo delgado saltaba sobre el fuerte y grueso tronco de George que solo jadeaba y gruñía como una bestia feroz. George la sostuvo de las caderas y tomó un pecho en sus manos, ahuecando mientras ella se movía a su ritmo, George levantaba las caderas para llegar más adentro y serena agradecía eso gritando como una fiera salvaje. Entonces él, la tomó por las caderas levantándola y gateando sobre ella, la depositó de estómago sobre la cama y ella, sabiendo lo que planeaba hacerle, levantó su trasero, dejándolo al aire y con una invitación descarada a que se hundiera en ella desde atrás.
             –Anda bebé, quiero sentirte profundo.
            George tragó en seco y la penetró en una sola y certera embestida feroz. Su miembro entró tan profundo, que le pareció sentir que le llegaba a tope.
             –Estas tan deliciosa, serena, realmente deliciosa.
            La embistió tan fuerte que serena se azotaba contra las colchas, no resistió más y tubo otro feroz orgasmo que la sacudió de pies a cabeza, dándole la razón a George, era el paraíso y sencillamente, ella quería estar ahí con él, para siempre si fuese necesario.
            George notó que este orgasmo había sido más violento que el anterior, sus músculos interiores los aprisionaron y casi lo arrastra con ella en el vaivén de ondas placenteras.
            Sin poder más, los arrastró junto a ella a su propio clímax, la llenó de su semilla explotando en su interior. Sintió como su piel erizaba y lleno de espasmos, gritó y apretó los ojos tan fuerte que vio lucecillas. Estaba extasiado y su cuerpo descansó sobre la espalda de Serena, quien estaba totalmente complacida y calmada.
             –Para ser una fiera, te portaste bastante bien.
             –Creo que eh sido domesticada contra mi voluntad y cordura.
             –Eso funciona para mí, definitivamente funciona para mí.

            Luego de tal acto, juntos fueron a la ducha y tomaron un baño de largas horas, acentuando el extraño encuentro que acababan de tener. Era todo sensual y sexual, no había más atracción entre ellos que esa, pero definitivamente, esa noche, habían ligado a algo.
            Algo fuerte.
            Pasaron la noche juntos y a la mañana siguiente, ambos se levantaron para ir a buscar sus respectivos vehículos y desayunar. Estaban embargados en juegos románticos y deseosos de poder pasar otra noche juntos, pero el mundo real estaba ahí afuera y quería continuar con sus vidas. No podían sentarse a imaginar una vida de adolecentes prendados por solo una noche de sexo.
             –Te llamaré, lo prometo, cuando salgas de esa agencia, iré por ti y saldremos, ¿está bien?
            Serena sabía que tanta veracidad tenían esas palabras.
            Ninguna.
             –Está bien. –dijo tristemente.
            Condujo su auto hasta Hollywood. Entró a la agencia lo más estilizada y elegante que pudo. El hombre del cual le habían hablado, estaba esperándola atento a la sesión fotográfica que tenía enfrente. La música y los clics de las mamaran hacían un ambiente sofocante y estresante.
            Era la vida que ella quería.
             –¿Eres la chica de san Francisco?
            Serena estiro su mano para estrechársela.
             –Serena Richmond.
            El tipo la miró de pies a cabeza e hizo unas señas. Se llevaron a Serena y la maquillaron, vistieron y arreglaron para una sesión fotográfica exprés. Estaba sorprendida pero puso todo de su parte. Cuando la sesión terminó, ella quiso hablar con el hombre, pero este no la atendió.
            –Cariño, habla con el Relacionador público y firmas tu contrato de inmediato.
            A serena no le cabía más felicidad, corrió a cambiarse y desmaquillarse, preguntó dónde estaba la oficina del Relacionador y al llegar entró sin tocar.
            La imagen la lleno de nerviosismo y sin pensarlo dos veces, se lanzó a los brazos de aquel hombre.
            George se detuvo ante la imagen de Serena parada en la puerta de su oficina.
            Estaba ahí y él no podía creerlo. Se lanzó a sus brazos y la besó con ímpetu, estaba llorando, contenta y el al verla quiso hacer lo mismo.
             –No sabía que trabajabas aquí.
             –No hablamos mucho. Pero veo que de esto se trataba tu entrevista.
            Serena sonrió y lo besó nuevamente.
             –Pues, ya no es necesario que me llames, no me iré a ningún lado.

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